miércoles, 30 de mayo de 2012

¿Decisión?


Las batas y las agujas la ponían de los nervios, desde que era una niña, y aun no entendía qué hacía allí… ‘¿Tal vez quiero a Mario de verdad?’, si no por qué iba a soportar todas esas agujas pasando, por qué sentía que el corazón no latía y su estómago se había cerrado en banda… La sala estaba fría, como la hubiera gustado a ella tener la cabeza. Aun sentía la respiración de Pedro en su pecho y, sin embargo, esa puta culpa no se iba, ¿cómo se iba a ir? No podía dejar de pensarlo, ¡cómo no se había dado cuenta! Más batas, más agujas. ‘Esto es un castigo divino’, pensaba. ‘No hay ningún Dios tan malo, el destino no es así’, se repetía una y otra vez intentando convencerse. ‘¿Dónde está el jodido médico y por qué no me dice nada aún?’, los nervios cada vez eran mayores. Se levantaba, iba hacia un lado, hacia otro. Más agujas, más batas. ‘¡¿Aquí nadie informa a los familiares?!’, se gritaba a sí misma. Y un mensaje. Era Pedro. ‘No quiero leerlo, ahora no’. Otra vuelta, ‘voy a beber agua a ver si me despejo’, y ahí estaba esa sensación de asfixia que no se va y que ella sabe muy bien por qué está ahí. ‘¿Cómo puedo pensar en Pedro sin saber nada de cómo está Mario?’, los remordimientos volvían. Lágrimas, a tropel, todas juntas, saliendo a la vez, como si un muro las parara y de repente ese muro se hubiera roto. ‘Coño, quiero a Mario, no quiero perderle, no así, necesito que alguien me diga que está bien’, tal vez está sea la razón del muro roto. ‘Pedro me quiere, ¿y ahora qué?’, o tal vez este era el motivo. Más batas, más agujas. Ella se va al baño, no quiere que la vea llorar nadie (aunque ni les conozca). Otro mensaje, Pedro, que ahora lee: “Que bonito es querer a una persona, decírselo, follársela, y que cuando te despiertes se haya ido de su propia casa. Sin una miserable nota. ¿Voy a ser otro de tus juguetes rotos? Cuando puedas me lo explicar, aunque sea con una llamada. Te sigo queriendo, y mucho. Por si lo dudabas”. Sus besos y sus caricias otra vez en su mente. Sus ojos, los ojos de Mario, la sonrisa que ponía éste último cuando veía el amanecer rodeado por sus piernas. Una nota, de Mario, en el bolso: “Sé cuantísimo miedo le tienes al compromiso, sé que está nota te va a dar más miedo aun pero necesitaba decirte que te quiero, que quiero que seas la única persona que esté en mi vida para siempre. Y, sobre todo, que no lo olvides jamás. Me has hecho el hombre más feliz del mundo, y cambiaría toda la vida que me queda por otro amanecer a tu lado”. Una llamada de Pedro, al cogerla él sólo puede oír llantos. “¿Qué te pasa, Lily?”. Más llantos. “Joder, Lily, no me asustes, háblame, ¿qué te pasa? ¿Dónde estás?”.
Hay veces que el amor lo puede con todo,
hay otras que no.


Por si os habéis perdido aquí está la historia previa entre Pedro y Lily. Os tendré informados de estos tres. 

martes, 10 de abril de 2012

veintiséisdeMarzo.


Han pasado cinco años desde que dije mi primer te quiero, el te quiero más sincero. En ese momento, no tenía ni idea de lo importante que iba a ser decirlo sólo necesitaba soltarlo, me quemaba en la garganta. Me quemaba en el estómago, en el corazón. Y lo dije. No te puedes imaginar lo que eso supuso, eres incapaz de imaginarte la mitad de lo que ha llegado a significar ese te quiero. No he vuelto a pronunciar esas dos palabras, a nadie… Carecía de significado decírselas a alguien que no fueses tú, carecía de significado compartir la mínima parte de mi vida con cualquier otro. Aun me sorprendo cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo mirando mil veces el móvil esperando ver un mensaje tuyo o una llamada, encontrarme con una respuesta que diga “yo también”. Y, sin embargo, me tuve que conformar con un “tal vez, quizás, dentro de unos años podamos ser más que amigos”, me tuve que conformar con un “tengo miedo, no puedo hacernos esto”, me tuve que conformar y tirar del carro otra vez más. Cinco años tirando de un puto carro que sé que jamás va a ser capaz de arrancar sólo. Cinco años esperando algo que sé que no va a llegar, esperando que fueras valiente, por una vez, y me dijeras que los demás no importan nada ahora. Esperando a que cogieras el primer vuelo que saliera a Madrid y te presentarás en la puerta de mi casa diciéndome que has sido un estúpido pero que no tengo nada de lo que preocuparme porque vamos a recuperar el tiempo perdido. Y ahora más que nunca sé que eso no va a pasar, que cada 26 de marzo será tuyo y mío, pero es hora de pasar página. Que en mi corazón siempre tendrás un hueco, pero no será tuyo entero. Que no puedo echarte más de menos, ni de más. Que siempre hemos sido eso, la eterna lucha, y ya me canse. Tengo claro que nadie sabrá apreciar como yo ese brillo en tus ojos, ni esa sonrisa que ponías segundos antes de enfadarte de verdad. Que nadie sabrá mirar a través de ese caparazón de chico duro que te has querido formar tú solo, y que jamás encontrarás a nadie como yo para poder romperlo. Que en tu vida encontrarás a otra loca que cambie la hora de todos sus relojes para sentirte un poco más cerca, ni que acorte estos putos kilómetros con una simple llamada… Pero este adiós no es un hasta luego, y este te quiero es el último que admitiré.

Las guerras en mi cama sin ti, carecen de significado.
A pesar de las mil batallas, esto es un adiós.


martes, 14 de febrero de 2012

Los polos opuestos se atraen.

Es que nuestra historia es eso, un “si me dices ven, lo dejo todo”, un “vete a la mierda y olvídame”, un “vuélveme a querer y olvidémonos que el mundo sigue moviéndose ahí fuera sin nosotros”. Es la historia de volver a empezar, la historia interminable. Es un “quiéreme mucho y ahora, porque sino en cinco minutos tendré otros labios en mi cuello y otra ropa tirada en mi suelo”. Es la eterna necesidad de sentirnos vivos, un toma y daca en toda regla. Es un continuo "ven conmigo y mañana iré yo a ti". El típico te necesito a todas horas, pero sólo unos minutos. Sé a ciencia cierta que mucha gente no soportaría esto, es más, siendo totalmente sincera: mil veces he decidido que esto debía acabar. Pero mil y una me he arrepentido, pero mil y una me has sonreído. Porque eso es lo bueno de lo nuestro que puedo odiarte como no he odiado jamás a nadie, puedes sacarme de quicio y puedo llamarte cosas que jamás me perdonaría, puedo romper todos los jarrones de la casa y después las fotografías en las que salgas tú… Pero sé que no tardare ni cinco minutos en volver a pegarlas. Y a ti te doy diez para aparecer en la puerta de casa con un -soy idiota- en la frente. O a lo mejor esta vez te da por llenarme el portal con post-its dándome las cien razones por las que tú y yo somos inseparables. Porque tal vez tengas razón y soy el puto polo Norte del imán pero tengo la suerte de saber que tú eres mi Sur. Porque dicen que el aceite y el agua no se pueden mezclar, pero eso es porque no han removido lo suficiente. Porque yo sé que sin Yang no habría Ying, y porque ya no me imagino mi vida sin ti. Que no pueden hablar de que lo nuestro es imposible cuando hasta el Sol y la Luna hacen mil virguerías por estar juntos.

miércoles, 29 de junio de 2011

Confesiones.

Debo confesar que tengo los relojes atrasados una hora para estar en su horario y sentirme a su lado; que he dicho mil veces que me rendía y mil y una que le quería; que tal vez la cabeza me pida tirar la toalla pero el corazón sabe que esa no es una opción posible; que he podido llorar lo inllorable, esperar lo inesperable y explicar lo inexplicable pero todo se ve recompensado con una de sus sonrisas; que cuando me hundo con sólo una de sus palabras todo parece mejorar; que mi vida gira alrededor de él aunque la suya este a años luz de la mía; que echarle de menos se ha convertido en el pan de cada día y el hambre de cada noche; que hasta el más mínimo detalle me lleva a pensar que no le tengo a mi lado; que sé que esto no va a acabar como las típicas historias de amor; que la distancia lo acaba pudiendo con todo, hasta con las ganas de querer; que la lluvia me empapa los huesos si no le tengo a mi lado; que los lunares de su espalda cada día los recuerdo más pequeños; que no creo en el amor, que creo en él.

martes, 7 de junio de 2011

El vendaval del amor.

La casa estaba vacía, bueno no, estaban ellos que llenaban y arrasaban todo aquello que se encontraban, el vendaval del amor les llamaban algunos. Estaban de pie, frente a la chimenea, ella con los ojos vendados y él con una sonrisa temerosa (¿quién sabe? –pensaba- a lo mejor la idea de irse a vivir a su ciudad podía no convencerla. Iluso de él, la chica había soñado con eso desde la primera mirada que cruzaron).
-Quítate la venda –la dijo mientras posaba la mano en su hombro-.
-¿Qué hacemos en esta casa?
-No se dice esta casa, se dice nuestra casa -articulo muy lentamente-.
-¿Cómo que nuestra casa? ¿Estás loco?
-Por ti.
-¿Y qué haremos con la hipoteca?
-No lo sé.
-¿Y con mis padres?
-No lo sé.
-¿Y con los tuyos?
-No lo sé.
-¿Y qué sabes?
-Que quiero estar contigo, ¿te vale?
-Me sobra.

Pero nunca les sobraría sonrisas, besos y abrazos. El "buenos días, princesa" que decidió pintar en el techo de su cuarto, y como ella contraataco cambiando el nombre del azucarero por "lo más dulce de esta casa eres tú". Las guerras de mensajes escritos en el espejo del baño mientras el otro se duchaba, aunque aquí siempre ganaba el que decidía pasarse por agua también, porque como él decía "las cosas bonitas no lo son si no estás tú escuchandolas".